Históricamente hay cantidad de palabras, acciones, objetos y actitudes que son consideradas “grasas”. Por algún motivo, varias generaciones de argentinos “paquetes”, o sea educados, con buen gusto, con clase, han decidido que hay palabras que no se usan. Suenan feo, ordinario. Las usa cierta gente que suele vestir mal, suele ser gente advenediza, con mucha plata y poco nivel. Los típicos “nuevos ricos” que invadieron la sociedad argentina a partir del siglo XX convirtiéndose en la llamada clase media argentina, que hasta algún momento existió regida por una tabla socio-económica.
Digamos que las clasificaciones de clase alta, media y baja han ido desapareciendo con el tiempo, dando paso a gente con clase y sin clase, pudiendo ambas categorías tener o no un alto poder adquisitivo. Curiosamente, entre el grupo de gente sin clase, suele encontrarse la mayor cantidad de personas con mejores ingresos, y mayor capacidad de consumo.
Según cuenta la llamada clase alta del siglo que acaba de terminar, era extraño ir al Aeropuerto de Ezeiza para viajar a Europa (ojo, no a USA) y no encontrarse con un montón de parientes, amigos y conocidos. Pero con la irrupción de los llamados “nuevos ricos” la cosa cambió, y comenzó a ser exactamente a la inversa. O sea, era más fácil encontrar a un acaudalado carnicero, almacenero o prósperos comerciantes que comenzaban a disfrutar de sus fortunas, que ver a los viajeros “cajetillas”, “dandys” y “bon vivants” de aquellas épocas.
La cuestión es que un selecto grupo alguna vez decidió que el color es colorado. Rojo es grasa, cache, mersa, ordinario. Y listo. Y como ésa, muchas otras palabras. Y colores. Y actitudes. Y comportamientos. Y maneras.
sábado, 11 de agosto de 2007
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